miércoles, 3 de octubre de 2007

CARTA A UNA PINTORA

Ha llegado Octubre. Creo que el Otoño siempre nos impregna, al menos a mí, de una cierta melancolía. Y se me ha ocurrido que por ello, lo que voy a poner en la libreta es una carta que escribí hace algunos Octubres, a la que le tengo cierto cariño. Una de esas cartas, que se escriben aún a sabiendas de que jamás se enviarán, porque su destinatario no tiene ningún interés en recibir, o simplemente, porque no dejó ninguna dirección a la que hacerlo:


Pues un poco por azar (destino?), he venido a dar al Museo del Prado. Me he acordado de ti...Y he pensado que para rematar esta bonita tarde en la capital, podría estar bien sentarme por aquí, y ver si el recién llegado Otoño y el Prado me ayudan a escribir algo sobre tí. El Otoño porque parece como si, consciente de que no tardando mucho será monocromo e insípido, quisiera ahora en su juventud, emular a la multicolor y perfumada Primavera; y así con los primeros fríos trae siempre un aroma y color especiales, que resultan inspiradores.Y el Prado porque, bueno, huele un poco a óleo, supongo que como tú muchas veces, y porque, me imagino que también muchas veces, el Prado te ha tenido dentro...

Verás, es que... te cuento. Me sobraba un buen rato antes de “tomar” el tren de vuelta a Medina. Así es que he decidido dar un paseo por el centro de Madrid, algo que siempre me gusta hacer cuando vengo. Es una monstruosa, ruidosa y alienante ciudad, pero tiene encanto, sobre todo si vienes de visita. Además, como ya había cubierto el cupo de actividad “productiva” del día, me pareció buena idea “perder” un poquito el tiempo. A veces pienso que el único tiempo verdaderamente nuestro, es precisamente ese, el que perdemos.

Así es que, comencé el paseo. Salgo del metro en Gran Vía, casi a la altura de la Plaza de España. Se me ocurre ir a comprobar algo...Vaya, pues ya han borrado el “LOU NO” que el valiente gallego, durante aquella gran manifestación, pintó en el monumento que preside la plaza, a una altura que rozaba la temeridad, más que la valentía...Fue emocionante estar allí aquel día que parecía que la Universidad había despertado, y tenía la esperanza de que aquel “grito” en la piedra perdurara. Ya sé que no está bien estropear los bienes públicos, pero bueno, estuvimos allí porque creíamos que querían estropear uno de nuestros grandes bienes públicos...Y bueno, al fin y al cabo no fue tan grave la trastada, por que han “acallado” el grito, y la LOU salió adelante. Y me temo, que en realidad la Universidad tampoco había despertado realmente...


Empiezo a subir por la Gran Vía. Siempre me quedo mirando los enormes carteles que anuncian los espectáculos de la infinidad de teatros y cines que hay en esta zona. Algunos son verdaderas obras de arte...me vienen a la cabeza los carteles de Lautrec que inundaban las tiendas de souvenirs cuando estuve en Paris, en camisetas, en postales...Me acuerdo de tí.

Llego a Callao, y decido salir de la Gran Vía por la calle Preciados. Si no recuerdo mal iré a dar a la Puerta del Sol...No sin esfuerzo he conseguido pasar por delante de la FNAC sin entrar a echar una ojeada a la música. Sé que si lo hago, alguno de esos discos que solo allí están a tan buen precio, me llevaría. El caso es que creo que Pearl Jam acaban de lanzar un acústico en directo...No, no. Ya he gastado bastante, y se trata de “malgastar” el tiempo, no el dinero.

Pues efectivamente, al final de esa “Padilla” madrileña que es Preciados, aparezco en la Puerta del Sol. El corazón de la ciudad. Me acerco al kilómetro cero...Caigo en la cuenta de que, de alguna forma, mi vida se encuentra en un nuevo kilómetro cero. Hay una gran multitud, multicolor, de acá para allá, y a toda velocidad, claro. Solo yo parezco tener el privilegio de estar allí “perdiendo” el tiempo, caminando sin obligación ni objetivo que dirija mis pasos. Caminar...estoy pensando en tu manera de caminar, lenta, pausada, con pasitos cortos pero ejecutados con armoniosa parsimonia, como si meditaras cada uno de ellos. Caminas sigilosa, como temiendo ser oída, como evitando que tus pasos anticipen tu llegada...Creo que si se pudiera hacer el silencio suficiente, tu andar sonaría como un cuarteto de cuerda ejecutando un pizzicato, pianísimo pizzicato...

Bien, ¿y ahora, dónde?, me digo. Todo un lujo de pregunta, para estar en Madrid...Me decido por esa calle a la izquierda. Es la Carrera de San Jerónimo. Enciendo un cigarro y comienzo a recorrerla sin dejarme llevar por su nombre, y al poco tiempo, descubro con curiosidad un bonito rincón que no conocía. Es la Plaza Canalejas. Y digo bien rincón, porque es una placita pequeña, que rodeada de antiguos y altos edificios, parece replegarse sobre sí misma, como refugiándose del bullicio de los alrededores. Me gusta, es bonita.


Sigo avanzando por San Jerónimo, y ya empieza a adivinarse la majestuosa figura de Neptuno allí adelante. Pero antes, aparece a mi izquierda el Congreso. Y al pasar pienso que quizás algún día yo esté sentado en uno de sus butacones. Aunque, tal y como están las cosas ahí dentro, es posible que si un día ocurriera, será porque perdí algo que al menos hasta ahora, he querido preservar porque me parece bonito y valioso, y porque creo que en el fondo me ayuda a vivir: mi utopismo. Creo que te hablé de él...

Continúo mi errático paseo, y sale a mi paso una calle grande, ancha y ajardinada. Busco algún indicador...es el Paseo del Prado. Cruzo, rodeando al desafiante Neptuno, y...

...Y bueno, así es como he venido a dar al Museo del Prado. Me he acordado de tí. Y he pensado que sería bonito si me sentara aquí, frente al Prado, que tanto tiene que ver contigo y tratara de escribir algo sobre ti...

Me siento en un banco de piedra, bajo un gran árbol, justo enfrente de la estatua de Velázquez. ¿Sabes? Ahora que le observo, es gracioso, creo que tiene el mismo pelo que tú...Sí, definitivamente, si te dejaras una melenita algo más corta, tus rizos serían iguales que los suyos...

Saco un bloc y un bolígrafo, e intento citar a las musas. Al fin y al cabo no es mal sitio para que ande alguna merodeando ¿no?. Incluso creo que en el friso que hay sobre la puerta frente a la que me encuentro, aparece Apolo. La tarde se ha ido impregnando de un cierto aire tristón, una sensación de penumbra. Creo que va a llover....¡Mira! Una hoja seca acaba de caer sobre el papel... Sí, esto tiene que ser cosa de Apolo, animándome a escribir...De Apolo y del Otoño.

Sin embargo, no se me ocurre nada. Vaya, ¡esto sí que es perder el tiempo! Un montón de líneas escritas, y creo que no te he dicho nada de lo que iba a decir...En fin, ha sido una bella tarde de todas maneras.

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